6.1.10

Cosas del destino (Un relato de Navidad)

Un leve rumor fue lo único que necesitó para despertarse. Su sueño intranquilo había concluido, una suave luz tintada de rosa por los finos visillos inundaba toda su habitación, se había olvidado de correr las cortinas de terciopelo burdeos la noche anterior, quizás fueron los nervios o ¿Serían los años? Lentamente se sentó en la cama, acariciando tanto las sabanas como las agradables mantas, disfrutando de cada pequeña caricia. Descalza recorrió el corto espacio que la separaba del baño, una vez allí, se miró en el espejo, miró fijamente sus labios, miró sus profundos ojos verdes, brillantes, ilusionados, miró también las arrugas que se arremolinaban alrededor de los ojos, arrugas de edad, de experiencia, de sabiduría. Se arregló un poco su canoso pelo y se dirigió de nuevo hacia el dormitorio. Después de elegir y ponerse su conveniente atuendo se dirigió hacia el salón principal, tras abrir la pesada puerta de madera entró y se sentó en un mullido sofá blanco, su traje carmesí destacaba claramente entre los tonos cálidos del salón. Pocos minutos después de su silenciosa llegada a la habitación apareció un apuesto joven, saludándola se sentó a su lado, hablaron largo rato sobre asuntos efímeros, el tiempo, la bolsa, el teatro, etc. Evitaban el tema principal, su futura muerte, tras un paseo por las ramas del tema llegaron al asunto en cuestión, acordado todo, el joven se despidió y tras levantarse del antiguo sillón, salió de la habitación dejando a la anciana con sus propios pensamientos.

Poco rato después. Ella quiso dar un paseo en su coche, por lo que después de avisar al cochero, cogió su abrigo. Nevaba, paseó por el parque donde vio a niños que jugaban con bolas de nieve, vio a jóvenes que se divertían con trineos, y a mayores que, alegres, hacían muñecos de nieve, ese día de Navidad estaba siendo perfecto. Recorrió la ciudad y observo como las familias se agrupaban en torno al fuego para cantar canciones, contar historias o tan solo charlar. Tras cerciorarse de que todo andaba en calma decidió volver a su casa. Descubrió que llegaba la última, casi todos los miembros de su familia ya estaban en el salón, acomodados, esperaban su llegada. Al entrar, sonrió, y con tranquilidad se acercó a la chimenea, en ese momento entró su pequeña nieta que corriendo hacia ella le gritó: “¡Abuela! ¡Que guapa estás hoy!, sonriendo, la madre de la nieta o mejor dicho su hija, asintió: “Es cierto que estas guapísima, mama”. El resto de los presentes asintió con leves gestos de cabeza. La anciana emocionada por tal muestra de cariño, no podía articular palabra, tras unos minutos consiguió expresar: “Pasemos al comedor, o la comida se enfriará”, al terminar la frase una lágrima despiadada salio de su ojo para aventurarse por su mejilla, hoy mas blanca que nunca. Tras la abundante comida, una insostenible situación incómoda llenó el vació del tiempo, todos veían cerca el momento y no sabían como reaccionar ante eso. Ella, tomando la iniciativa, decidió despedirse de todos los familiares lejanos, éstos, después de unos cordiales saludos se marcharon, solo quedaron en la casa ella y sus tres hijas.

Decidieron dar un paseo a caballo. Era lo que más les gustaba, abrigadas, cogieron cuatro corceles y pasearon largo rato por los extensos bosques que rodeaban la casa, los habían visto cientos de veces por lo que era imposible perder la orientación. Decidieron descansar un rato en la orilla de un río helado. La hija mas pequeña que tan solo contaba con 17 años, jugueteaba con el hielo, las otras dos dialogaban con su madre. Tras avisar a la hija menor les contó porqué había decidido ese camino en su vida: “Cuando yo era joven – comenzó – hace muchos años, un día de navidad como este. Nevaba también. Paseábamos mi madre, mi hermana y yo a caballo, tal y como lo estamos haciendo ahora. En cierto momento del paseo mi caballo se desbocó y tras unas cuantas zancadas caí al suelo. Inconsciente, vi, como una mujer se acercaba a mí, era la belleza en persona. Esa mujer me dijo que estaba determinada a ser lo que soy, me dijo que yo la sucedería, decidí aceptar y acarrear con todas las consecuencias, por eso me encuentro hoy aquí, y vosotras también, este hecho ha marcado toda mi vida, os quiero mucho, mucho más de lo que imagináis, y no quiero dejaros pero debo hacerlo. Debéis comprenderlo. Yo siempre estaré con vosotras, en vuestro corazón. Pero bueno, dejémonos de sensiblerías. Hoy es un día feliz, regresemos que se está haciendo tarde.” – dijo, concluyendo el relato.

Al regresar a la casa ya estaba oscureciendo. Tras bañarse decidió ponerse un largo traje crudo. Después de la cena como muchos días leyó una historia a sus hijas. Ella, sentada en una butaca narraba una linda historia de príncipes y princesas. Una de ellas, Ágata, la menor, no paraba de llorar, ahora se daba cuenta de todo lo que iba a perder. Su madre hizo como si no se enterara del llanto desesperado de su joven hija, era su misión, su destino. Al terminar de leer el relato, se excusó, dio las buenas noches y se retiró a descansar.

A la mañana siguiente encontraron su cuerpo tendido en el jardín de la señorial casa, su vestido crudo se confundía con la nieve y tan solo sus profundos ojos verdes brillaban entre la blancura del paisaje. Debía morir ese día a las doce de la noche, ese era su destino, el que llevaba tanto tiempo esperando, el que ella había elegido, por el que se había preparado tanto. Ella había conseguido convertirse en el espíritu de la Navidad. Por eso cada vez que pensemos en esas fechas, que le deseemos feliz navidad a alguien, que cantemos un villancico, etc… Ella estará acompañándonos, a nuestra diestra o siniestra pero siempre junto a nosotros.

Publicado en EL ESPECIAL RELATOS DE NAVIDAD en el diario Ideal EL 24 DE DICIEMBRE DE 2003. Hace seis años… que se dice pronto!

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