7.12.08

La Extraña Cometa

Aquella mujer, con su tímida mirada y una sonrisa perenne en los labios era la que había conseguido que todo el bloque permaneciera sin la distracción más recurrente durante una crítica noche de sábado.

Una comunidad de vecinos, de media envejecida, vivía tranquilamente un fin de semana cualquiera, sin esperar ninguna significada relevancia. En general, habían hecho la compra por la mañana, habían paseado a media tarde, y a eso de las diez, en el quinto derecha se empezaba a fraguar la tragedia. Un pequeño roedor, tan “joio” que parecía que había sido dibujado por la factoría Disney, y tan moderno que podría ser del rival, Pixar decidía roer concienzudamente el cable que unía a Doña Gertrudis con el mundo exterior. Las imágenes, que para ella surgían inexplicables de la pantalla de la televisión, dejaron paso a un negro absoluto en el cristal de proyección. Sólo se reflejaba la cara de sorpresa de la anciana.

La primera reacción que tuvo la mujer al ver desaparecer al Cantizano del televisor fue la de esperar. Dos minutos, negro. Cinco minutos, negro. Pensó que el mando podría ser otra buena solución. Pulsando teclas sin parar veía como los numeritos de la pantalla avanzaban o descendían a sus órdenes pero todos venían precedidos de puntitos blancos y negros. Ángel, su nieto, siempre decía que parecía que los blancos se peleaban con los negros o al revés, pero ella estaba harta de guerras y tragedias, no quería ver ni un momento más ese galimatías bicolor en su salón. Tras el duro trance de dejar el brasero, se acercó al aparato y pulsó decidida los botones que por allí vio, nada de nada, la reacción siempre era la misma.

Un poco cansada cogió el teléfono y marcó el número de su único hijo.
- Diga
- Juan Carlos, ésto se ha roto
- ¿Mama? ¿Qué quieres?
- Si, nene que solo veo mijillas, se ha roto la tele
- ¿Qué le has hecho?
- Yo nada, solo se apagó y no se qué pasa
- Espera- En ese momento su hijo dio una voz por le teléfono: GOOOL.

A su vez, el vecino de arriba repetía las mismas palabras mientras aplaudía con entusiasmo
- Mama, no se que habrá pasado. ¿Se les ha ido a todos?
- Creo que no, el Ildefonso está gritando como tú ¿Qué pasa?
- Fútbol mama
- Bueno ¿Qué hago?
- ¿Has probado a apagarla y encenderla?
- No estoy segura de lo que hecho, creo que si
- Será la antena.
- ¿Eso que es?
- Pues, un aparato, un cacharro…Como una especie de cometa que hay en la azotea
- ¿Tiene arreglo?
- No se. Bueno, no te preocupes, mañana me paso a ver que es.
- ¿Y que hago esta noche?
- A dormir mami. Un beso


Gertrudis nunca se había caracterizado por ser demasiado valiente, pero con la edad había aprendido que “el que algo quiere, algo le cuesta”. Pensó que aquello de la antena no sería un problema demasiado grave para solucionar y decidió que no pasaría esta noche dándole vueltas a sus recuerdos. Buscó las llaves de la azotea, “¿Dónde las habría dejado Ramón antes de morirse? ¡Este hombre! ¡No tenía consideración ninguna!”. Ramón, aún sin consideración, era uno de los seres más ordenados de la tierra y en un cajón que ponía “llaves” encontró todo lo que necesitaba, dos llaves cromadas con un pequeño cartelito: “de la azotea”. Decidió que era ahora o nunca, que con cosas así era con lo que había que espabilarse.

Se encaminó directa a su cuarto, se puso la bata de bajar la basura y cogió el ascensor hasta el último piso. La cancela del acceso a la azotea crujió al girar la llave. Subió a su ritmo los escalones hasta la terraza y abrió la puerta que daba al exterior. Un frío gélido entró en el hueco de la escalera e hizo que la anciana tiritara dentro de la lana estampada que la cubría. “Rápido, cuanto antes acabe, antes me bajo”. En la terraza consiguió distinguir una estructura metálica que recordaba vagamente a la cometa que le había comentado su hijo. “Vaya cometa más rara. Anda coño, ya se lo que le pasa! Esta enganchada con este cable, con razón no vuela. ¡Así no puede recoger la tele del cielo! ¡Vaya!”.

Miro a su alrededor buscando algo para liberar a la cometa. Joaquín, un vecino que cuidaba los cuatro geranios escuálidos de la azotea se había dejado una pequeña caja con varios enseres de jardinería guardada bajo el techado de la entrada. Buscó rápidamente en su interior y encontró unas tijeras un poco oxidadas. Las cogió con cuidado y se dirigió hacia la extraña cometa. Cuando se acercaba sintió un fuerte viento a su espalda y sonriendo pensó que esto vendría genial para hacer que la antena despegara fácilmente hacia el cielo, pero volvió a tiritar de frío haciendo que se apresurará más aún.

Llegó a su destino y sin pensarlo dos veces cortó el cable blanco que aferraba con fuerza la cometa. Sintió como a la vez se liberaba su alma, como aquella antena, que ahora podría llegar a recibir la señal perfectamente. Volvió a sonreír al ver su trabajo bien hecho “¡y solita!” y se dio la vuelta pensando que la próxima ráfaga de viento se llevaría con ella la antena. Rápidamente, puesto que Noviembre no era un mes como para pasear de noche y en bata cerró la puerta de la azotea y cogió tranquilamente el ascensor que la acercó a su piso.

Entró, cerró la puerta y se dirigió al salón, satisfecha, pero antes de llegar llamaron al timbre.
- Doña Gertrudis, el cable de la antena se ha partido, no se preocupe. Ya han llamado a un técnico para que venga arreglarlo, pero no podrá ser hasta mañana.
- ¿No ha conseguido volar?
- No – contestó el informador, extrañado – creemos que no. Lo peor es que le quedaban muy pocos minutos al fútbol y estaban en ronda de penaltis. ¡Que Rabia!
- Si, ¡Que lástima! Me caía bien esa antena. Bueno, gracias por avisarme
- De nada señora. Mañana pasaremos a ver si su tele vuelve a verse bien
- Adiós
- Adiós

2 comentarios:

Juan Tamenela dijo...

¿En la tanda de penaltis?, ¿y doña Gertrudis siguió con vida?

Anónimo dijo...

dejo de amor sin dirección..
http://nochedepantallabicolor.blogspot.com/

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